La reposición de la producción firmada por Rubén Szuchmacher —estrenada en 2022— permitió apreciar la dramática actualidad de esta tragedia sobre el poder y la crueldad | Por Ernesto Castagnino
THE CONSUL, drama musical en tres actos de Gian Carlo Menotti. Función del martes 13 de agosto de 2024 en el Teatro Colón. Dirección musical: Marcelo Ayub. Dirección escénica: Rubén Szuchmacher. Dramaturgia: Lautaro Vilo. Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari. Iluminación: Gonzalo Córdova. Coreografía: Marina Svartzman. Reparto: Carla Filipcic Holm (Magda Sorel), Sebastián Angulegui (John Sorel), Virginia Correa Dupuy (La madre), Adriana Mastrángelo (La secretaria), Héctor Guedes (El agente de la Policía secreta), Pablo Urban (Nika Magadoff, el mago), Alejandro Spies (Mr. Kofner), Marisú Pavón (Mujer extranjera), Marina Silva (Anna Gomez), Rocío Arbizu (Vera Boronel), Sebastián Sorarrain (Assan). Orquesta Estable del Teatro Colón.
La deshumanización de (y en) las instituciones creadas por los hombres para regular la vida en sociedad fue uno de los problemas más abordados por todas las disciplinas sociales en el siglo XX. Se forjó incluso un adjetivo, que hoy se reconoce universalmente —hasta por quienes no han leído la obra del autor—, para describir el sufrimiento al que es sometido el sujeto por la maquinaria irracional de la burocracia institucional: kafkiano. Al igual que el Sr. K en El proceso de Franz Kafka, la heroína de esta ópera, Magda Sorel, se ve atrapada por un laberinto de formularios y oficinas que la rechazan y la arrojan a la desesperación más absoluta. Como Ruggero Leoncavallo, que extrajo el argumento de I pagliacci de una crónica policial de la época, Gian Carlo Menotti concibe su obra a partir de la noticia del suicidio de una mujer polaca al ser rechazada su visa a los Estados Unidos.
Gian Carlo Menotti (1911-2007)
conjuga en su música la tradición italiana, más precisamente pucciniana, con
lenguajes más contemporáneos como el jazz y el negro spiritual que respira a su
llegada a Estados Unidos en la década de 1930. The Consul,
estrenada en Filadelfia en 1950, es la historia de Magda Sorel, esposa de un
militante político perseguido y madre de un niño gravemente enfermo, que debe
recurrir a un consulado en busca de asilo político. Allí se encuentra con la
complicada serie de interminables requisitos que la separan de la entrevista
con el cónsul. Ella no puede verlo, la secretaria está allí para garantizar que
todos los pasos se cumplan y todos los papeles sean firmados. Impávida ante el
dolor, ella dice:
Su nombre es un número.
Su historia, un caso.
Su necesidad, una petición.
Sus esperanzas serán puestas en un legajo.
Vuelva la semana próxima...
Uno de los hallazgos del compositor ítalo-norteamericano
fue titular a su ópera con un personaje que jamás aparece en escena: el cónsul —aunque
omnipresente— permanece siempre oculto detrás de las puertas de su despacho, nadie
puede verlo si no ha cumplido con las formas. Al igual que el perro Cerbero o
la Esfinge de la mitología helénica, la secretaria custodia esas puertas e
impide que alguien ingrese. Magda y los otros espectros que, como ella,
deambulan por un laberinto de pasillos y oficinas se preguntan: ¿Hay alguien,
alguno, detrás de esas puertas a quien todavía se le pueda abrir el corazón?
¿Hay alguien, alguno, al que todavía le importe? Magda desesperada ve morir a su
pequeño hijo y no puede evitar que su marido salga de su escondite para ir a su
encuentro. Con su marido preso y su hijo muerto, ella no encuentra más salida
que el suicidio. La orquestación es compleja, aunque plagada de sutilezas,
subraya con eficacia los clímax dramáticos, aunque sin abandonar el lirismo y,
con el uso del ostinato crea ese mundo opresivo en el que el ser
humano se encuentra cada vez más sólo con su sufrimiento. Menotti, quien también creó el libreto, tenía el propósito de que
las palabras se comprendieran bien y el espectador pudiera seguir la trama, por
lo que su escritura vocal es clara y límpida.
El régisseur Rubén Szuchmacher, acertó plenamente en la plasmación de este drama humano con la utilización del escenario giratorio para alternar los dos espacios que transitan los personajes: la casa de los Sorel y el consulado. En la paleta de colores elegida por Jorge Ferrari para la escenografía y el vestuario predomina el gris, lo que da al ambiente un clima lúgubre y depresivo. Gonzalo Cordova acentuó, con su diseño de iluminación, el toque noir de este drama ambientado en los cuarentas. El arco dramático de la protagonista tiene claras reminiscencias del calvario cristiano, algo que Szuchmacher supo aprovechar creando una potente imagen al concluir el acto segundo con los personajes de la sala de espera sosteniendo y rodeando el cuerpo de Magda desvanecida, en una sugestiva evocación de la iconografía de Cristo bajado de la cruz.
Las dos mujeres que protagonizan la historia tuvieron en Carla Filipcic Holm y Adriana Mastrángelo dos intérpretes inmejorables. La primera ya había abordado el rol titular con excelentes resultados en 2009 en la recordada producción de Buenos Aires Lírica. La voz amplia y de brillo esmaltado de Filipcic Holm es siempre una caricia al oído, pero su capacidad dramática es lo que la convierte en una gran intérprete. La entrega y convicción con la que personificó a Magda Sorel llevó a una inmediata identificación del espectador con la heroína —más que heroína, mártir— que constituye uno de los resortes fundamentales del éxito del drama. El personaje de la secretaria es desafiante en cuanto a matices ya que atraviesa diferentes estados: Mastrángelo expresó con su fraseo la distante frialdad de la insensible empleada para dar lugar a una emocionalidad más desbordada en su encuentro final con John Sorel, momento en el que toma conciencia de una realidad que hasta entonces había evitado a fuerza de planillas y sellados.
Virginia Correa Dupuy repitió —como en 2009— el rol de la Madre, a cargo del único momento de ternura de la ópera y no decepcionó: su canción de cuna resultó conmovedora. Los barítonos Sebastián Angulegui y Héctor Guedes asumieron los roles del perseguido político John Sorel y el agente de la policía secreta, respectivamente. Angulegui lució una impecable línea vocal y Guedes aportó macabros acentos a las amenazas que el oficial lanza contra Magda. Los asistentes al consulado constituyeron un equipo sin fisuras, desde la desesperada mujer extranjera que intenta hacerse entender cantada por Marisú Pavón, el barítono Alejandro Spies como el Sr. Kofner que intenta ayudarla con la traducción, Marina Silva como Anna Gomez y Rocío Arbizu como Vera Boronel. Todos asumieron con gran eficacia sus momentos solistas y los números de conjunto. Una mención especial merece Pablo Urban como el mago Magadoff. Más allá de que el personaje en sí mismo sea algo estrafalario, el tenor hizo una gran interpretación de la escena de magia e hipnosis desplegando una voz homogénea y bien timbrada. Completaba el elenco el barítono Sebastián Sorarrain como el vidriero Assan, con buenos resultados.
El director Marcelo Ayub tuvo a su cargo el trabajo de concertación y los resultados hablan por sí mismos. El cuidado en los detalles, la fluidez del discurso sonoro, la oportunidad de los acentos, la cohesión en los números de conjunto y, fundamentalmente, el nervio dramático sin el cual nada se sostendría, confluyeron en el contundente resultado.
En síntesis, un sólido equipo vocal bien liderado
musicalmente y con la suficiente entrega para crear momentos sobrecogedores.
Todo ello en el marco de una puesta escénica acertada y convincente que
permitió darle plena dimensión a esa crueldad que permanece enraizada en los
rincones más oscuros de la condición humana y que cíclicamente en la historia
adquiere una fuerza devastadora.
Ernesto Castagnino
ecastagnino@tiempodemusica.com.ar
Agosto 2024
Imágenes
gentileza Teatro Colón / Fotografías de Arnaldo Colombaroli y Lucía Rivero
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Estuve y comparto plenamente la nota de Ernesto. Completa la apreciación de la obra. Gracias
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