A casi 74 años de su estreno mundial, el Teatro Colón programó por primera vez la ópera de Britten basada en el relato de Herman Melville, con resultados sobresalientes | Por Ernesto Castagnino
La amistad de Benjamin Britten con el novelista Edward M. Forster —autor de Una habitación con vistas, Howards End, Pasaje a la India y Maurice— llevó a una colaboración entre ambos, plasmada en 1949 con el proyecto de convertir en ópera el relato póstumo de Herman Melville, Billly Budd, marinero. Esta novela, escrita entre 1886 y 1891, no posee un texto definitivo debido a que quedó inconclusa por la muerte del escritor. Exhumado y publicado en 1924, el relato presenta la vida en un buque de guerra británico de fines del siglo XVIII, en el que un marinero ingenuo y bondadoso se ve confrontado a la violencia y las fuerzas destructoras que dominan ese microcosmos masculino.
Debido a la falta de experiencia teatral de Edward M. Forster, fue convocado Eric Crozier, con el que Britten ya había trabajado en los libretos de Albert Herring y El pequeño deshollinador y que, además, había sido el director de escena de Peter Grimes y La violación de Lucrecia en sus estrenos. Ambos autores colaboraron —no sin algunas asperezas— en la creación del libreto que finalizaron a comienzos de 1950, momento a partir del cual Britten comenzó a componer la música para la que sería su séptima ópera, estrenada el 1 de diciembre de 1951 en el Covent Garden de Londres.
La historia presenta al joven Billy Budd, un huérfano de veinte años reclutado a la fuerza en el Indomable y designado al rol de gaviero. Él asume su obligación con alegría y entusiasmo, quiere servir a su capitán y a su patria, ganándose inmediatamente la simpatía de sus compañeros. Su antagonista es el maestro de armas, John Claggart, quien al inicio se muestra amigable pero luego comienza a tramar la ruina de ese joven. ¿El motivo? Billy Budd representa para él la bondad y la belleza que quiere destruir. Para ello, Claggart acusa al joven de incitar a un motín, a lo que el capitán —convencido de la inocencia de Billy— cumple con los protocolos institucionales citando al joven marinero para que explique su versión. Ante la acusación, Billy Budd —que tartamudea cuando se pone nervioso— no puede hablar en su propia defensa y la impotencia lo lleva a empujar a Claggart que golpea su cabeza y muere. El capitán, aferrado al protocolo y las normativas, inicia un proceso que lo tiene a él mismo como único testigo del hecho. Interrogado por el tribunal de oficiales el capitán se limita a relatar los hechos tal como ocurrieron, pero prescindiendo del contexto. No se toma en cuenta la situación de haber sido acusado falsamente ni tampoco el factor accidental en la muerte de Claggart. El capitán Vere representa al burócrata que, aferrado a los reglamentos y descripciones de hechos descontextualizadas, toma decisiones que son legales pero injustas. Y eso lo atormentará hasta el fin de su vida como él mismo lo relata en sus monólogos del prólogo y el epílogo con el que Forster y Crozier enmarcaron el relato.
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Toby Spence (Vere), John Chest (Billy), Homero Pérez Miranda (Ratcliffe), Alejandro Spies (Redburn), Fernando Radó (Flint) en el segundo acto de Billy Budd, Teatro Colón, 2025
Si algo caracteriza a las propuestas de Marcelo Lombardero es una mirada profunda de la obra que tiene entre manos y la búsqueda de su potencialidad para interrogarnos en nuestro presente. El diálogo del arte con las realidades y experiencias que nos atraviesan es siempre estimulante, pero cuando se logra establecer ese diálogo con obras creadas en épocas y contextos muy diferentes a los actuales, el efecto es extraordinario. Lombardero demuestra además que para conseguir ese propósito no es condición trasladar la acción de la obra al presente, recurso que por sí solo no garantiza nada, sino tener alguna posición sobre las preguntas y problemas que las sociedades actuales se plantean y servirse de la obra para interactuar con ellos. He ahí el talento de Lombardero y la razón de que cada una de sus propuestas tenga tanta repercusión y tan buen recibimiento.
La propuesta visual de Diego Siliano posee tal cuidado del detalle que logra que el espectador se sienta dentro de ese buque, compartiendo el destino de esos pobres marineros reclutados a la fuerza. Algunas proyecciones de fondo completaban el mundo marino en el que transcurre la obra, pero el efecto visual más imponente se logró en la interacción de la extraordinaria escenografía de Siliano con la puntillosa iluminación de José Luis Fiorruccio. Los contrastes entre luces y sombras, la bruma marina en la cubierta, la casi oscuridad en las literas de la tripulación, el sobrio camarote del capitán Vere, cada detalle fue pensado para crear el ambiente en el que la historia del gaviero Billy Budd se desarrollara hacia su trágico final. El vestuario diseñado por Luciana Gutman aportó también a la cohesión visual con una extraordinaria factura.
En el prólogo y el epílogo un ya anciano y retirado capitán
Vere reflexiona sobre lo que sucedió en aquel episodio que lo atormenta hasta
su vejez. En los dos momentos, Lombardero
hizo aparecer al tenor Toby Spence
por el pasillo central de la platea vestido de civil, consiguiendo un efecto de
mayor contraste con lo escénico que se desarrolla en el medio y un efecto de
marco muy interesante. En un mundo en el cual la crueldad parece haberse
convertido en un valor, en el que la aniquilación del otro mediante argumentos
religiosos, políticos, étnicos o territoriales se ha naturalizado de un modo
escalofriante, la pregunta es ¿qué hacemos como sociedad frente a la
injusticia? ¿Bendecimos a nuestro verdugo como hace el joven marinero antes de
morir o alzamos nuestra voz para cambiar el destino como intenta hacer la
tripulación amenazando con un amotinamiento que el propio Billy Budd disuade?
Permitir que la obra invite a reflexionar y debatir, he ahí uno de sus
propósitos más nobles y Lombardero sabe
hacerlo.
El elenco, integrado exclusivamente por voces masculinas, tuvo como característica más notable la solidez. Desde el protagónico hasta los roles comprimarios la vara permaneció siempre alta y el compromiso y entrega de todos los integrantes fue palpable. El barítono John Chest asumió el rol principal con excelentes medios vocales y buenas dotes actorales. Su entusiasmo juvenil, su admiración por el capitán, la camaradería con sus pares, su ingenua confianza en Claggart, todo resultó orgánico y creíble para componer el retrato del mártir que acude resignado a la cita con la muerte. Toby Spence forma parte de esa dinastía de tenores británicos —a la que sin duda perteneció Peter Pears, pareja de Benjamin Britten y primer capitán Vere— de timbre ligero y articulación expresiva, de colores algo fríos y afinación prístina. Presentó con habilidad el conflicto moral que atormenta a Vere, su apego a las normas y su convicción de la inocencia del joven que ayudó a ejecutar.
Hernán Iturralde estuvo extraordinario en un papel que parece moldeado a sus capacidades vocales y actorales. Su composición del villano fue creada a partir de un fraseo natural y un conciente trabajo sobre el texto y no de gestualidades para la galería. Su instrumento, además, posee la proyección necesaria para imponerse sobre la masa orquestal. Las voces masculinas del Coro Estable junto al Coro de Niños tuvieron un rol protagónico ya que los números de conjunto son numerosos, especialmente en la primera escena del acto segundo. En ella, todos los solistas y las fuerzas corales participan en la que quizás sea una de las escenas de batalla mejor logradas en la ópera, donde la tensión alcanza su clímax en la conjunción de las diferentes secciones vocales preparándose para el inminente ataque al navío francés.
Excelentes también las intervenciones de Alejandro Spies, Fernando Radó y Homero Pérez
Miranda como Redburn, Flint y Ratcliffe respectivamente, los tres oficiales
que acompañan a Vere y conforman el tribunal que juzga a Billy. El barítono Leonardo Estévez resultó conmovedor en
el rol de Dansker, el experimentado marinero que intenta proteger al inocente
Billy, mientras el tenor Santiago
Martínez tuvo a su cargo al asustadizo y cobarde novato que Claggart logra
corromper para involucrar a Billy en su falsa acusación.
El estadounidense Erik Nielsen realizó una concertación llena de matices, contrastes y —fundamentalmente— el vigor necesario para narrar musicalmente la desgarradora humanidad de estos personajes envueltos en una tragedia que nadie más que ellos mismos ha provocado. Esto se logra cuando se tiene en claro qué se quiere decir a través de la música y ese parece ser el caso de Nielsen. La Orquesta Estable estuvo a la altura con intervenciones solistas de diferentes instrumentos de altísima calidad.
En conclusión, dos hechos a destacar: el hito indiscutible que sella el estreno local de una ópera de extraordinarias cualidades, y también el altísimo punto alcanzado en la actual temporada lírica gracias a la calidad musical y potencia escénica obtenidas en una obra que propone preguntas y debates que ojalá podamos plantearnos como sociedad.
Ernesto Castagnino
ecastagnino@tiempodemusica.com.ar
Julio 2025
Para agendar
La temporada lírica del Teatro Colón continuará el 24 de agosto con la ópera Werther de Jules Massenet, con dirección
musical de Ramón Tebar y dirección
escénica de Rubén Szuchmacher. Se
alternarán en los roles protagónicos Jean-François
Borras y Arturo Chacón Cruz
(Werther), Annalisa Stroppa y María Luisa Merino Ronda (Charlotte).
Entradas en venta en www.teatrocolon.org.ar
o en la boletería (Tucumán 1171).
Fotografías de Arnaldo Colombaroli y Lucía
Rivero, gentileza Teatro Colón
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