La soprano norteamericana, en su debut argentino, ofreció un recorrido por arias y canciones a través del cual buscó —en sus propias palabras— “hablar un poco de mí”. Por Ernesto Castagnino
Recital de SONDRA RADVANOVSKY, soprano. Junto a Anthony Manoli, piano. Concierto del Ciclo Grandes Intérpretes realizado el martes 5 de julio de 2022 en el Teatro Colón. Arias y canciones de cámara de Caccini, Gluck, Durante, Handel, Bellini, Verdi, Puccini, Cilea y Giordano.
Luego del reciente recital de Roberto Alagna, el ciclo Grandes Intérpretes continuó con el
debut local de Sondra Radvanovsky, soprano
spinto especializada en el repertorio
italiano, con algunas incursiones en el francés y ruso. Como curiosidad vale
recordar que ambos compartieron cartel en una recordada producción parisina de Il trovatore en 2003. El programa
elegido para el concierto, al que ella misma denominó en una de sus alocuciones
“Del bel canto al verismo”, hizo pie en sus fortalezas.
Luego de superar un momento de zozobra con la tablet que no encendía, la soprano arremetió con tres piezas que forman parte de la recopilación arias antiguas realizada por Alessandro Parisotti a fines del siglo XIX. La interpretación de las arias barrocas de Giulio Caccini, Christoph Willibald Gluck y Francesco Durante no resultó —como se vería luego— lo más atractivo de la velada, debido a un tratamiento algo desbordado en vibrato y volumen que no conviene al estilo.
La sección barroca se cerró con “Piangerò la mia sorte” de la ópera handeliana Giulio Cesare, y en el comentario que la acompañó comenzamos a comprender la lógica del recorrido musical elegido. La cantante relató que esa aria tenía para ella un significado especial porque era la que cantaba en sus audiciones juveniles, agregando que las obras seleccionadas para este concierto “hablan un poco sobre mí”.
La siguiente sección incluyó dos canciones de cámara y un aria de Vincenzo Bellini. Con “Per pietà, bell’idol mio” y “La ricordanza”, Radvanovsky se encontró en un terreno más cómodo y afín a su voz: el del bel canto italiano. Su timbre cálido y el espesor de la zona central de su registro resultan ideales para este repertorio, que incluyó una notable versión de “Casta diva” de la ópera Norma. Con mucha simpatía, cada pieza se acompañó de comentarios biográficos (el momento de su vida con el cual estaba asociada determinada aria) o didácticos, invitando al público a identificar melodías comunes entre alguna canción y un aria del mismo compositor: “La ricordanza” y “Qui la voce sua soave” de I puritani o las verdianas “In solitaria stanza” y “Tacea la notte placida” de Il trovatore.
Fue precisamente esa el aria que abrió la siguiente sección, en la cual las cualidades vocales de la cantante encontraron su mejor vehículo de expresión. Agregando alguna gestualidad corporal, con el relato de la protagonista de Il trovatore —“la ópera que más canté en mi carrera”, comentó—, Radvanovsky encontró su zona de comodidad. Paradójicamente, en las arias operísticas la matización y la administración de los recursos resultó mucho más refinada que en el abordaje de las canciones de cámara: los filados, diminuendos, medias voces que se extrañaron en estas últimas, fueron prodigados en las primeras. La primera parte del concierto se cerró con las estremecedoras exclamaciones “Maledizione!” de la escena de Leonora en La forza del destino.
El recorrido continuó con una sección dedicada a Giacomo Puccini, con dos bellas canciones de cámara —“Sole e amore” y “E l’uccellino”— vertidas con sentimiento, y la gran escena de Manon Lescaut “Sola, perduta e abbandonata”, otro gran momento del concierto por el nivel de compenetración y dramatismo del que es capaz la cantante. Un nuevo paso por el mundo verdiano con tres de sus canciones ofreció una faceta menos conocida del compositor: las sombrías “In solitaria stanza” y “Perduta ho la pace” del ciclo 6 Romanze, y el ligero “Stornello”.
Las emociones comenzaron a desbordarse en el último tramo, cuando la soprano no pudo contener las lágrimas cantando “Io son l’umile ancella” de Adriana Lecouvreur —“music is very emotional”, se disculpó— lo cual, sin embargo, no le impidió mantener el control del fiato y hacer justicia a los delicados pianísimos en una intensa interpretación. No corrió la misma suerte el aria “La mamma morta” de Andrea Chenier —“mi madre murió en enero y lo último que me oyó cantar fue Andrea Chenier”, contó entre lágrimas— donde algunas notas graves resultaron algo toscas.
Tras una merecida ovación la soprano ofreció cuatro bises: la “Canción de la luna” de la ópera Rusalka de Antonin Dvorák —dedicada a su padre que adoraba esta pieza—, luego dos arias puccinianas: una incandescente versión de “Vissi d’arte” de Tosca y “O mio babbino caro” de Gianni Schicchi en la cual omitió —por error— varios versos. Como cierre de una velada dedicada a la música “que habla de mí”, no podía faltar una referencia a su país natal, del cual seleccionó “Over the Rainbow” de Harold Arlen, inmortalizada por Judy Garland en El mago de Oz.
Con el sobrio acompañamiento de Anthony Manoli al piano, se desarrolló el esperado debut de una de las voces más relevantes de las últimas décadas en el repertorio italiano del siglo XIX. Poseedora de un amplio registro, un volumen arrollador y un timbre spinto muy atractivo, la soprano norteamericana lució sus mejores cualidades en las arias operísticas.
Ernesto Castagnino
ecastagnino@tiempodemusica.com.ar
Fotografías de Arnaldo Colombaroli, gentileza Teatro
Colón
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