La divertida opereta de Franz Lehár regresó al escenario del Colón tras doce años en una discreta versión en la que se extrañaron dos caracteres esenciales del género: el imparable pulso musical y la sensualidad | Por Ernesto Castagnino
LA VIUDA
ALEGRE, opereta en tres actos de Franz Lehár. Función del jueves
28 de septiembre de 2023 en
el Teatro Colón. Producción
del Teatro La Fenice de Venecia en coproducción con la Fundación Teatro
dell’Opera di Roma. Dirección musical: Jan Latham-Koenig. Puesta en escena:
Damiano Michieletto. Escenografía: Paolo Fantin. Vestuario: Carla Teti.
Iluminación: Alessandro Carletti. Coreografía: Chiara Vecchi. Reparto: Franz
Hawlata (Barón Mirko Zeta), Ruth Iniesta (Valencienne), Rafael Fingerlos (Conde
Danilo Danilowitsch), Carla Filipcic Holm (Hanna Glawari), Galeano Salas
(Camille de Rosillon), Sebastián Angulegui (Vicomte Cascada), Carlos Ullán (Raoul
de Saint Brioche), Carlos Kaspar (Njegus), Alejo Álvarez Castillo (Kromow),
Sebastián Sorarrain (Bogdanowitsch), Cristian Maldonado (Pritschitsch),
Alejandra Malvino (Praskovia), Mariana Rewerski (Olga), Cintia Velázquez
(Sylviane). Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón. Director del coro:
Miguel Martínez.
La opereta es un género de entretenimiento al que no se le exige nada más (ni menos) que esto: divertir y distraer. Melodías ligeras y tramas argumentales sencillas donde confluyen elementos cómicos, sentimentales y una cuota de frivolidad, invitan al espectador a entregarse a dos horas de evasión de los problemas cotidianos. Elegante y sensual, decadente y folclorista, la opereta vienesa tiene, en el compositor Franz Lehár, uno de sus principales exponentes y La viuda alegre es su obra emblemática.
La producción original del Teatro La Fenice, dirigida en lo escénico por Damiano Michieletto, ubica la acción en la década del cuarenta. En lugar de la embajada, la mansión de Hanna y el restaurante Maxim’s donde transcurre la trama original, el régisseur las remplazó por el hall central de un banco —el Banco Pontevedro— y un bar bailable. Muchas veces aquello que en el plano de las ideas suena atractivo no termina funcionando en los hechos y esto es lo que ocurrió, desde mi punto de vista, con esta propuesta. Con un comienzo claramente prometedor, el interés se fue diluyendo con el paso de los minutos y lo que se avizoraba como una visión novedosa, comenzó a deshilacharse escena tras escena.
La iluminación diseñada por Alessandro Carletti enfatizó momentos y creó contrastes interesantes, quizás el aspecto mejor logrado de la puesta. Menos interés generó el vestuario de Carla Teti, al que le faltó algo de la suntuosidad esperable en este género. Las coreografías “modernizadas” sobre melodías decimonónicas —recurso explotado hasta el cansancio en la década de los noventa— no sorprendían, la sensualidad en los escarceos amorosos de las dos parejas nunca apareció, las escenas de conjunto no tuvieron la efervescencia esperable… en fin, la alegría se asomó por breves momentos, pero nunca explotó.
La pareja protagonista tuvo en Carla Filipcic Holm y Rafael Fingerlos dos intérpretes
excelentes. La soprano argentina, una de las voces más relevantes de los
últimos años, brindó en este mismo escenario interpretaciones straussianas
inolvidables: El Caballero de la Rosa
en 2017 y Ariadna en Naxos en 2019.
Quizás su fuerte no sea la comedia, pero no defraudó en ningún momento. Una
pena que su gran escena, el “Viljalied” tuviera que cantarla —debido a la
marcación del director escénico— tan atrás y su caudal de voz no se luciera en
plenitud. Fingerlos posee el timbre
claro y brillante para el rol del displicente y mujeriego conde Danilo. Quizás
el detalle que escapó al barítono austríaco es que esa indolencia no es del
todo real y, tras esa fachada, esconde su amor por Hanna Glawari.
La pareja secundaria —Valencienne y Rosillon— estuvo brillantemente cantada por Ruth Iniesta y Galeano Salas. Ambos lograron momentos de auténtica seducción en el dueto “Mein Freund, Vernunft!” del acto segundo. El bajo Franz Hawlata se compenetró con el rol del Barón Mirko Zeta e imprimió a sus diálogos frescura y comicidad. Otra decisión de Michieletto fue darle al personaje de Njegus —un funcionario de la embajada— una presencia inusitada al otorgarle la función de ir uniendo los hilos entre los enamorados a través del abanico perdido de Valencienne, objeto que sería prueba de infidelidad si llegara a manos de su esposo el Barón Zeta. Carlos Kaspar tuvo a su cargo este rol que, como todo, al comienzo resultó simpático y con la reiteración del recurso, se volvió algo cargoso.
Jan Latham Koenig no parece encontrarse en
su propio elemento en este repertorio y la concertación no tuvo la fluidez y
ligereza que permite que el espectador se entregue a esas oleadas de vals que
lo van meciendo hasta el último acorde. Hubo altos y bajos en una noche en la
que todo estuvo más o menos correcto, pero se esperó en vano esa característica
sensación que acompaña a una opereta y que podría equivaler al sonido del
corcho saltando de la botella de champán.
Ernesto Castagnino
ecastagnino@tiempodemusica.com.ar
Octubre 2023
Imágenes gentileza Teatro Colón / Fotografías de Máximo
Parpagnoli y Arnaldo Colombaroli
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