“Un ballo in maschera” en el Teatro Colón : Conflictos políticos, conflictos amorosos

Tras once años de ausencia en el escenario del Teatro Colón, una nueva producción de la ópera verdiana cerró la temporada lírica con una interesante propuesta escénica y una equilibrada dirección musical | Por Ernesto Castagnino

Ramón Vargas (Riccardo), junto a Alessandra Di Giorgio (Amelia) y Oriana Favaro (Oscar), en la escena final de Un ballo in maschera, Teatro Colón, 2024

UN BALLO IN MASCHERA, ópera en tres actos de Giuseppe Verdi. Función del jueves 5 de diciembre de 2024 en el Teatro Colón. Dirección musical: Beatrice Venezi. Dirección escénica y coreografía: Rita Cosentino. Escenografía: Enrique Bordolini. Vestuario: Stella Maris Müller. Iluminación: José Luis Fioruccio. Reparto: Ramón Vargas (Riccardo), Germán Alcántara (Renato), Alessandra Di Giorgio (Amelia), Guadalupe Barrientos (Ulrica), Oriana Favaro (Oscar), Fernando Radó (Samuel), Lucas Debevec Mayer (Tom), Cristian de Marco (Silvano), Juan González Cueto (Juez), Diego Bento (Sirviente). Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón. Director de coro: Miguel Martínez.

Cuando Giuseppe Verdi y Antonio Somma echaron mano del libreto Gustave III, ou Le Bal masqué —que Eugène Scribe había escrito en 1833 para ser puesto en música por Daniel Auber— no era la primera, ni sería la última vez, que Verdi elegía un personaje histórico como protagonista de una ópera suya: lo había hecho con Atila y Juana de Arco, y lo haría más tarde con Carlos de Austria. Pero en el caso de Gustavo III de Suecia ¿es posible hablar de un hecho o personaje histórico? El asesinato del monarca sueco había ocurrido apenas sesenta y siete años del comienzo del trabajo verdiano. En una época en que las noticias no se conocían al instante sino generalmente con retraso de meses y hasta años, un hecho ocurrido en 1792 no podía considerarse en 1833 (Auber) o en 1859 (Verdi) “de actualidad” pero ciertamente tampoco “histórico”.

La propuesta de Rita Cosentino, tal como lo expresa ella misma en una nota del programa de mano, buscó poner de relieve la trama política de la obra, es decir la conspiración de Samuel y Tom contra el conde/gobernador. Esa misma dirección —aunque en versión distópica— había tomado la anterior producción de esta ópera por la Fura dels Baus, en la temporada 2013 del Colón. A partir de un planteo escenográfico de líneas simples, pero eficaz, firmado por Enrique Bordolini, el vestuario de Stella Maris Müller nos ubicó, si no en el siglo XVIII del libreto original, en los comienzos del XX. 


Ramón Vargas (Riccardo) y Alessandra Di Giorgio (Amelia) en el tercer acto de Un ballo in maschera, Teatro Colón, 2024

Utilizando la “versión estadounidense”, Cosentino se propuso subrayar las tensiones políticas por encima del drama amoroso. La decisión, perfectamente válida a priori, va, sin embargo, un poco a contrapelo de lo que proponen el libreto de Antonio Somma y la música de Giuseppe Verdi. Ellos se sirvieron de la trama política como marco o contexto en el que se desarrolla el conflicto amoroso entre los tres protagonistas. De hecho, las motivaciones del complot tampoco parecen demasiado heroicas: Samuel y Tom invocan causas más bien personales para su odio y su venganza no tiene, a los ojos del espectador, nada de redimible. Es necesario hacer un esfuerzo para hacer entrar a esos dos personajes dentro de la conflictividad social y política del siglo XX, más ligada a luchas de ideales colectivos y no individuales. Como siempre, una cosa es el plano de las ideas y otra el de la ejecución.

Excepto por el enorme grafiti en la puerta del salón donde se desarrolla la primera escena, la palabra “morte” que dos sirvientes se apuran a limpiar antes de que llegue el gobernador, la intención expresada en el programa parece haber quedado en eso: una intención. La puesta de Cosentino, muy teatral y bien resuelta en muchos aspectos, consiguió crear buenos momentos dramáticos y un resultado global muy elogiable, pero la trama política no alcanzó un relieve que justificara la declaración de intenciones.

Vocalmente, Verdi exige a la soprano y el tenor protagonistas un gran abanico de recursos para abordar tanto pasajes líricos y elegíacos, como otros de denso dramatismo. Ramón Vargas demostró que una sólida técnica vocal permite afrontar el paso del tiempo conservando el brillo y la seguridad para estar a la altura de roles complejos como el de Riccardo. Su timbre conserva bastante de aquel esmalte que deslumbraba décadas atrás y su línea vocal continúa siendo elegante. La soprano italiana Alessandra Di Giorgio quedó algo sobrepasada por las demandas del rol, pero tuvo algunos buenos momentos en el acto tercero con un “Morro, ma prima in grazia” muy sentido.

El barítono Germán Alcántara ofreció un buen retrato del amigo traicionado con una voz baritonal bien matizada. En el acto primero acometió “Alla vita che t’arride” —su declaración de lealtad y amistad a quien va a traicionarlo— con elegante lirismo para encontrar en “Eri tu che macchiavi” del acto tercero, la furia contra los culpables y la amargura por los tiempos que no volverán. Guadalupe Barrientos ha ampliado sus horizontes interpretativos con un instrumento de notable potencia, un fraseo natural y una entrega escénica admirable. Su Ulrica —convertida en esta producción en una médium, otro acierto de Cosentino— dominó la escena en todo momento con una presencia magnética, incluso aunque no esté cantando. Los roles verdianos para mezzosoprano —ya los ha cantado todos con éxito— son ideales para su voz y su temperamento. 


Guadalupe Barrientos (Ulrica) en el primer acto de Un ballo in maschera, Teatro Colón, 2024

La soprano Oriana Favaro aportó otro de los puntos altos en el elenco. Al rol de Oscar, Verdi le dio un carácter belcantista y bastante coloratura vocal para retratar la frivolidad de un cortesano (recordemos que el original transcurría en la corte de Gustavo III de Suecia). Favaro pudo aportar esos momentos de virtuosismo acompañándolos de una interpretación del personaje que en ningún momento cae en la trivialidad. Fernando Radó y Lucas Debevec Mayer volvieron —como en 2013— a ponerse en la piel los conspiradores con excelentes resultados.

Los climas contrastantes de esta ópera están dados por una paleta de colores inagotable en la partitura orquestal. Beatrice Venezi hizo un trabajo prolijo y equilibrado al frente de una Orquesta Estable en plena forma. Es esperable que en el camino que tiene por delante como directora siga encontrando nuevas y más profundas facetas en una partitura de gran complejidad. El Coro Estable tuvo, en sus numerosas apariciones, gran relieve.

Un cierre de temporada con una de las favoritas de Verdi en una propuesta escénica de fluida teatralidad, un elenco con más altos que bajos y una dirección musical cuidadosa y equilibrada.

Ernesto Castagnino
ecastagnino@tiempodemusica.com.ar
Diciembre 2024

Imágenes gentileza Teatro Colón / Fotografías de Arnaldo Colombaroli y Lucía Rivero

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