La dirección musical debida al español Ramón Tebar dejó una buena impresión mientras que la puesta escénica firmada por Rubén Szuchmacher exploró los alcances del drama íntimo | Por Ernesto Castagnino
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Annalisa Stroppa (Charlotte) y Jean-François Borras (Werther) en la escena final de Werther, Teatro Colón, 2025
A diez años de la última producción, el Teatro Colón volvió a programar la ópera emblemática del posromanticismo musical francés, basada en la obra precursora del romanticismo literario alemán. Más de un siglo separan la publicación de la novela de Johann Wolfgang von Goethe de la ópera de Jules Massenet y, en el transcurso de ese siglo se realizaron innumerables reescrituras del texto. Desde cambiar el final trágico por uno feliz, hasta narrar la historia desde la perspectiva de Lotte (Charlotte), pasando por la transformación del texto en un panfleto moralizante para jóvenes, la historia creada por Goethe resultó tan fascinante como incómoda para la sociedad europea de fines del siglo dieciocho.
Miles de jóvenes identificados con el personaje comenzaron a vestirse, actuar e incluso en muchos casos morir como él (se refiere el suicidio de unos cuarenta lectores), dando lugar a uno de los primeros fenómenos de masas documentados: la “Werther-Fieber” (la fiebre Werther). La escritora Madame de Staël, una aguda observadora del mundo que le tocó vivir, describía el fenómeno de esta manera: “De ahí ese entusiasmo obligado por la luna, los bosques, el campo y la soledad; de ahí esas dolencias a los nervios, esos sonidos de voces amaneradas, esas miradas que ansían ser vistas, todo ese aparato, en fin, de la sensibilidad, que desdeñan a las almas fuertes y sinceras”.
En 1879 el editor musical George Hartmann sugirió a Massenet la idea de convertir en ópera la novela de Goethe. La gestación de la obra enfrentó al editor —que buscaba una ópera espectacular— con el músico y su libretista, que deseaban crear una ópera íntima. En 1887 el compositor dio por terminada la obra, pero no fue hasta 1892 que —tras ser rechazada por la Ópera de Paris por considerarla demasiado sombría— se produjo su estreno en Viena, traducida al alemán. Tras el éxito, la Ópera de Paris reconsideró su decisión accediendo al estreno, que se concretó en 1893 en su lengua original.
El director escénico Rubén Szuchmacher optó por una mirada intimista del drama —lo que representa un desafío en un escenario de las dimensiones del Teatro Colón— y lo logró en gran medida. No ayudó mucho a ese propósito el diseño escenográfico casi simbólico de Jorge Ferrari, que se deslizó por momentos de la simpleza a la inanición. La potencia escénica estuvo sostenida por el trabajo gestual y corporal realizado por Szuchmacher. El desempeño musical estuvo en un alto nivel, gracias fundamentalmente a la certera batuta de Ramón Tebar, cuyo debut en este teatro fue hace tres años con Los pescadores de perlas de Bizet. El director español consiguió ese interesante contraste musical entre el atormentado interior del protagonista y la apacible armonía de la naturaleza que lo rodea. La Orquesta Estable tuvo especial lucimiento en esas frases expansivas típicas de la escritura massenetiana, mientras que el Coro de Niños estuvo a la altura tanto en lo vocal como en lo actoral.
El rol protagónico estuvo a cargo de Jean-François Borras, cuya entrega escénica resultó magnética. El tenor francés asumió uno de los más desafiantes para la cuerda de tenor lírico con un buen caudal, además de un registro agudo robusto. Charlotte, esa trágica figura capaz de sacrificar su amor por una promesa hecha a su madre muerta, tuvo en Annalisa Stroppa una gran intérprete. La mezzosoprano italiana —a quien recordamos en su debut en nuestro Teatro Colón en 2012 con el ligero Cherubino de I due Figaro de Mercadante— regresó con un rol de gran profundidad dramática desarrollando la progresión del personaje desde la ternura maternal del acto primero hasta la angustiosa desesperación del cuarto acto.
A Jaquelina Livieri la habíamos escuchado en el rol de Sophie en 2015 y en estos diez años su interpretación solo ha ganado en seguridad y fluidez. El timbre permanece diáfano y ligero mientras que su proyección y caudal han aumentado. Completaban el elenco Alfonso Mujica como Albert, Cristian De Marco como Bailli, en tanto las pinceladas de color local estuvieron a cargo de Sebastián Sorarrain y Pablo Urban como los amigos borrachines del pueblo, y Mauricio Meren y Rocío Arbizu como la pareja de enamorados.
Ernesto Castagnino
ecastagnino@tiempodemusica.com.ar
Septiembre 2025
Fotografías de Juanjo Bruzza y Lucía Rivero,
gentileza Teatro Colón
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